Zepelín de Alumnas Socialmente Cabreadas y Asqueadas



martes, 20 de septiembre de 2011

Paris

Paris. Una ciudad donde todos los mendigos tienen perro. No para que les hagan compañía ni porque les gusten los animales. Se debe a una realidad pasmosa, pasmosamente tácita: que a la gente de esta ciudad le inspiran mucha más lástima los perros que las personas.

Aquí, no hay límites. La oferta de cosas para hacer, sean cuales sean tus gustos, es casi infinita. Pero la copa más barata vale 12€, y un café en el bar más cochambroso, 4€.

Paris. La gente se arregla para salir comprar el pan, para ir a clase, o para sacar dinero del cajero. Tanto hombres como mujeres van perfectamente conjuntados, y por todas partes se ven tacones, vestidos y trajes de chaqueta.

Y sobre todo... parejas. Parejas everywhere. Tantas, que el hecho de estar sola me dan ganas de ponerme a berrear en la calle, ver porno, darme a la bebida, o entrar con una motosierra en una sesión de Les misérables. Parejas heterosexuales, parejas homosexuales. Parejas en el cine, parejas en la universidad. Pero parece que se fijen más en la ropa y el pelo que en la cara: se encuentran innumerables feos con guapas, y guapos con feas. Es un misterio para mí.

Comparo Paris con un macarron: precioso en la superficie, pero cuando te das cuenta de lo que cuesta, te limitas a mirarlo con cara de pena, a sacarle una foto ("yo estuve aquí") y a comprar un sandwich en el supermercado.

Paris. Tiene la calle más cara del mundo. Y unos barrios periféricos donde la policía no se atreve a entrar de noche.

Ayer envié una postal a mi familia (sí, a mi familia. Así de bajo he caído. Así de puta es la soledad). Se ve que no escribí el remitente lo suficientemente pequeño. Hoy estaba en mi buzón. Toujours seule.
Merde.

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