Respirar...oler.
Comer...saborear.
Tocar, sentir. Oír, escuchar.
Mirar...no, no podía mirar. Podía ver cada una de las infinitas partículas que forman las moléculas de cada ser y cada objeto del Universo. Los niños jugando en el parque, el metro por los túneles, un autobús que se para ante la marquesina, la página de un periódico volviendo la espalda. Una bici pasando a su lado tocando el timbre, las palomas sobre el cimborrio de la catedral, una clase llena de gente.
Ver...podía ver, al igual que Beethoven oía las notas de melodías fantasma.
Mirar...mirar. La luz, los colores, la Luna, la Tierra, los planetas, el mar...el cielo, las estrellas. Los lilos del patio de la abuela, el vecino de en frente. Esas películas que tenían final feliz en blanco y negro. Las pirámides egipcias, las sirenas de los capiteles de la ermita del pueblo, las vidrieras de Chartres en aquel viaje.
Ver...podía ver, al igual que Beethoven oía las notas de melodías fantasma.
Mirar...mirar. La luz, los colores, la Luna, la Tierra, los planetas, el mar...el cielo, las estrellas. Los lilos del patio de la abuela, el vecino de en frente. Esas películas que tenían final feliz en blanco y negro. Las pirámides egipcias, las sirenas de los capiteles de la ermita del pueblo, las vidrieras de Chartres en aquel viaje.
La Luz..no.
La luz no la podía ver.
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