Zepelín de Alumnas Socialmente Cabreadas y Asqueadas



martes, 24 de abril de 2012

Complejo de Pigmalión


Tú, o mejor dicho, tu cuerpo, tú como objeto, eres una obra de arte. Harías recuperar la vista a un ciego, y el tacto a un manco. Eres un bien cultural, visual, olfativo, gustativo y sobre todo táctil. Auditivo no, porque eres mudo, no necesitas hablar. Deberías ser patrimonio nacional, o qué digo, patrimonio universal de la UNESCO. Deberías ser presentado a la candidatura de octava maravilla del mundo. Deberías estar sobre un pedestal dentro de tu propio museo, para que todos pudieran contemplarte. Deberías tener un templo, y un altar donde las fieles te ofrecieran su virginidad. Deberías estar protegido por una vitrina, con rayos ultravioleta y humedad regulada, para que tu cuerpo nunca envejezca ni se deteriore. Eres una escultura de mármol de carrara, un monumento a la belleza y la juventud, un David del siglo XXI, una versión masculina de Galatea esculpida por el azar de la genética. No eres masculino, eres la masculinidad. Eres un dios que merecería vivir para siempre entre caricias, labios y piernas. El paraíso de los musulmanes, el nirvana de los budistas, el cielo de los cristianos, es estar entre tus brazos. Y ser acariciado por ti, es sentirse como un Stradivarius tocado por Paganini.

No envejecerás, no engordarás, no tendrás cicatrices, canas ni arrugas. Permanecerás, o mejor dicho, tu cuerpo permanecerá, intacto en mi memoria: tus manos, tu ombligo, tu cuello, tus hombros, tu pelo. La primera vez que vi la curva de tu cintura aguanté la respiración, como si estuviera rezando. Apenas me atrevía a tocarte, sabía que existías para ser contemplado, admirado. Idealizado no, porque ya eres un ídolo. Cuando tenga frío bastará con recordarte, y cómo un abrazo tuyo hacía fundir glaciares. Tu piel es el mármol más cálido que existe, quizá una aleación con roca volcánica. No hay sangre corriendo por tus venas, sino magma ardiendo. Me cegabas y me hacías fundir y caer como el sol a Ícaro. Caía como un pájaro carbonizado, “pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Olvidaba que no hablas, ni miras, solo eres mirado; solo recibes, nunca das, aunque las ofrendas sean de oro puro.

No tienes nombre, tu escultor vive en el Parnaso. No sé quién eres, ¿Eros? Porque como con Psique, nuestros encuentros siempre fueron en la oscuridad. ¿O quizá Hércules? Favorito de los dioses, que no te niegan ningún don. ¿O puede que Apolo? No, eres las nueve musas. Pero “las musas al museo”. Siempre serás eso, una escultura; de carne pero escultura. Y yo, un turista que nunca había visto una, vio en ti al Discóbolo de Mirón, al Zeus de Olimpia y al Apolo de Praxíteles todos en uno. Pero tú no te mueves de tu pedestal, no mueves ni un dedo. Y eres demasiado pesado para arrastrarte conmigo. A ti te gusta que vaya a ponerte velas a tu templo y dejar ofrendas en tu altar, pero ya me duelen los pies de tanto viajar. Me confundiste con alguien, creo que con Pigmalión. Pero yo soy un viajero, un turista, y hay muchos museos por visitar.

3 comentarios:

  1. guau... como escribes! como me gusta como escribes! te quiero leer mas y mas! ;)

    ResponderEliminar
  2. Fantástico, una bella descripción, como un sueño, como si se hubiesen grabado algunos pensamientos de muchos visitantes que quedaron pasmados al verle.

    ResponderEliminar